En la gran ciudad de Ñeendy hay tambores en cada esquina.
Grandes, medianos y cada algunas cuadras
algunos más pequeños para las causas urgentes. Cada sonido posee su propio significado.
Y cada significado su propia preocupación. Allí pocas veces se escucha a sus habitantes
hacer ruidos con la boca. Se aprende antes de nacido que las palabras son
inspiraciones de los dioses que dicen a través de las personas. Hablan poco los
dioses y hablan pocos los habitantes. Todo lo dice la naturaleza y los cuerpos.
No hay carteles, hay árboles. No hay semáforos, hay ojos que miran. A muchos kilómetros
al sur hay un pueblo tres veces más pequeño que la ciudad; reina el caos.
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