Les dijimos que no había que
inventar cosas donde no las hay, pero les contamos cuentos de fantasías. Ahora
inventan paredes donde no existen. Arman carpetas en lugares lejanos y también nos
enojamos. ¿Sera qué nuestra imaginación nos reprocha porque no lo hicimos
nosotros? ¿Y si hubiéramos salido favorecidos con unas cuantas acciones de empresas
fantasmas, estaríamos tan enojados? Seguiremos enseñando a nuestros niños que
es muy mal hábito el de mentir; seguiremos llenando con palabras a nuestros
adolescentes para que siempre hagan lo correcto y legal; Para que no vayan por
donde no hay que marchar y hablen siempre con la verdad. Y cuando llegue el
final de nuestro existir, despacito para que lo escuche solo nuestra conciencia,
nos diremos las mismas palabras que se repetían muchos de nuestros ancestros: “hemos
muerto pobres pero Honrados”. ¿Qué son los llamados “papeles de Panamá? Sino la
incapacidad de mirar a nuestros seres queridos a los ojos. O las ganas de
decirle, con la voz llena de falsas lágrimas, a muchos de nuestros conocidos: “lo
hice por ustedes”. Es solo el montar algo que no es. Un bien para pocos.
Demasiados pocos, y jamás un bien. Y por las noches cuando la cabeza se apoye
en la almohada, desde el fondo de nuestra propia conciencia, cuando se descubre
lo que pensamos que jamás saldría a la luz, se eleva la voz que dice: ¿Quién soy?
¿Hasta dónde puedo proclamar la verdad que no poseo? ¿Cómo quiero que me vean
los que amo?
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